Danza Oriental





















La danza oriental es una de las danzas más antiguas del mundo.

Como las huellas atestiguan, a lo largo de los siglos millones de mujeres han bailado con los movimientos naturales de la danza oriental en distintas culturas y países. Es razonable suponer que, entre otros motivos, lo hacían porque les hacía sentirse bien. Puede que este sea el principal motivo por el que miles de mujeres buscan aprender y practicar danza oriental hoy día en Occidente.

Es, en efecto, una experiencia transformadora que puede llegar a afectar todos los ámbitos de la vida.


Incluye movimientos del folclore egipcio, la danza clásica y la danza contemporánea, con grandes desplazamientos, vueltas y movimientos para todas las partes del cuerpo, siendo los de las caderas los más importantes.

La danza servía para adorar la parte femenina de los dioses, la relacionada con la belleza, la intuición, la fecundidad y la concepción.


Aunque en apariencia resulte muy exótica y alejada de muestra cultura, expresa como ninguna otra danza la esencia de ser mujer. 

Y, antes que pertenecer a un área geográfica o cultura determinadas, es universalmente femenina. 

Bailarla es conectar con los primordiales arquetipos femeninos.






Desde sus orígenes y hasta la actualidad, este baile en sí mismo sigue siendo erótico y sensual porque se juega con la energía vital que procede de las caderas, de los órganos reproductores de la mujer: de su vientre.

Aparte de ser un ejercicio inmejorable, armoniza el cuerpo y la mente.
Se trabaja en tres niveles: el físico, el mental (ejercitando la coordinación) y el emocional (liberando la expresión de las sensaciones a través de la música).


Si irradias alegría y buena energía a tu alrededor, ésta será casi siempre la respuesta que recibas de los demás.

A diferencia de los deportes actuales donde la energía va hacia fuera y lo que al final importa es la imagen de la persona, en las danzas orientales se trabaja todo el cuerpo desde dentro y la belleza física nace automáticamente, pero no como un fin, sino como una consecuencia lógica de una actividad física.


El poder transformador de la danza tiene origen en sus movimientos, que representan todo un sistema provechoso para el cuerpo. Nos anima a zambullirnos en un mar de beneficios y nos acerca a la diosa que cada una de nosotras tiene en su interior.